Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Belgrado
El País Miércoles,
01.11.2000
Adem Demaci, todo un símbolo de la lucha por los derechos de
los albaneses en la antigua Yugoslavia, lo que pagó con un total de 28 años de
prisión, hizo ayer un apasionado llamamiento a relegar toda consideración sobre
la identidad nacional en favor del respeto incondicional a todo individuo como
ser humano. Demaci, tantas veces considerado por los serbios como uno de sus
peores enemigos y de hecho durante décadas un nacionalista radical, pronunció
una insólita conferencia multitudinaria, nada menos que en Belgrado, en la que
reconoció que gran parte de su vida ha estado "esclavizado por la forma de
pensar nacionalista" y pidió a los nuevos dirigentes serbios que sepan
reconocer la oportunidad histórica que se les ofrece para abrir un capítulo
totalmente nuevo en las relaciones entre el pueblo serbio y el albanés de
Kosovo.
Demaci, considerado el Nelson Mandela albanés, pidió
a ambos pueblos que dejen de someter su actuación en el presente a su trágico
pasado común y que sólo recurran a la historia como lección para evitar sus
errores. "Tenemos toda la historia detrás como advertencia para no
repetirla. Hay opciones para crear en el futuro un clima en el que la libertad
y la concordia sean compartidas, con la misma lógica con que aceptamos que el
sol es de todos. Rechazar de una vez por todas ese proverbio serbio que dice
que 'el amanecer de unos es el crepúsculo de otros'. Hay que lograr soluciones
buenas para ambos pueblos porque no hay soluciones buenas para uno solo.
Demaci aludió sin mencionarlo al nuevo presidente yugoslavo
Vojislav Kostunica, que, aunque utilizando diferente lenguaje dependiendo de en
qué foro se encuentre, insiste en la reintegración de Kosovo bajo la soberanía
serbia y se autodefine como nacionalista. El intelectual kosovar, que en 1993
defendió, sin ser escuchado, la creación de una Balcania en la que
Serbia, Montenegro y Kosovo mantuvieran una confederación en régimen de
igualdad, reconoció que desde entonces "han sucedido demasiadas cosas, ha
corrido demasiada sangre" como para que esta propuesta pueda ser
realizable a corto plazo. Y dejó claro que considera que la ocasión histórica
de reconciliación entre los dos pueblos pasa por una previa independencia de
Kosovo para encauzarse después hacia la integración de toda la región de los
Balcanes. Sugirió que la insistencia de Kostunica en no aceptar esta vía podría
hacerle incurrir "en los errores del pasado" y advirtió que el
moderado Ibrahim Rugova, vencedor en las elecciones kosovares, "no puede
hacer concesiones" en lo que a la voluntad de independencia de los
albaneses se refiere. Las autoridades serbias no debieran errar en su juicio al
respecto, señaló. Después de lo sucedido, el proceso es irreversible. A partir
de la constatación de este hecho hay que buscar fórmulas de reencuentro para
que llegue el día en que no importe si se vive en Kosovo o en Serbia.
Pero si sus consideraciones políticas eran previsibles -y
son compartidas por la práctica totalidad de los albaneses kosovares-, fueron
las reflexiones personales sobre el nacionalismo e identidad las que causaron
gran impresión. "Si pensara aún como antes, me preguntaría qué hago yo hoy
aquí en Belgrado. Pero ahora vengo como persona, no como albanés, para hablar
con personas, y todos somos seres humanos por encima de cualquier otra
identidad. Tengo que agradecer a los antiguos regímenes de Belgrado que de los
28 años que me han tenido en la cárcel, cinco me mantuvieran en aislamiento. He
tenido tiempo para reflexionar y ahora soy ante todo un ser humano que no
quiere ver sufrir a nadie porque sufro yo también". Demaci manifestó ser
consciente de que en Kosovo se le atacará por sus palabras cuando regrese, porque
las heridas siguen abiertas, pero que considera su deber advertir de que, tras
la caída de Milosevic, existe una oportunidad sin precedentes para lograr la
convivencia pacífica. Pasa, dijo, por una reflexión individual y colectiva de
los serbios sobre cómo fue posible que se cometieran tantos crímenes en su
nombre y por una voluntad común de serbios y albaneses de anteponer su
condición de seres humanos a la de miembros de una nación. Nadie debiera
esperar que el llamamiento de este viejo luchador nacionalista cambie de un día
para otro los sentimientos en unas sociedades anegadas de odio y resentimiento,
pero sí que, viniendo de quien viene, sea un revulsivo para muchas conciencias.
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