Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
15.12.01
REPORTAJE
Con el acoso a los palestinos en los territorios ocupados y
el estrangulamiento económico, Sharon ha empujado a los jóvenes hacia la
venganza, suicida o no
Solana: 'De momentos dramáticos, en ocasiones surgen también
las soluciones. Es una situación en la que todos han de tomar decisiones
estratégicas'
Java: 'Nosotros fuimos siempre aliados de los palestinos, no
los países árabes, que nada hicieron por ellos. Sólo la izquierda israelí puede
hacer la paz'
Eli Amir es un escritor de mucho éxito que vive detrás de
una valla. Es ésta una fea construcción que limita la vista panorámica desde
las alturas del barrio de Gilo hacia el este de Jerusalén. Pero Amir, al que
muchos llaman el Mafuz israelí (por el escritor egipcio premio Nobel), agradece
el muro construido por el ayuntamiento, porque sabe que impide que alguien
algún día le pegue un tiro mientras lee en el salón de casa. Sobre todo por la
noche, cuando, con la habitación iluminada, se le divisaría muy bien desde el
otro lado del valle. Amir sabe que, en las laderas de enfrente, todas las
noches alguien sueña con matarlo. No porque sea un escritor de éxito, sino
simplemente por estar allí, en una zona conquistada por los israelíes en 1967,
en la que jamás ha vuelto a vivir ninguno de sus habitantes árabes ni vuelto a
poner pie los propietarios de las tierras.
Prohibido el paso
Tamer Kuzamer era un bebé de un pueblo cisjordano que se
puso enfermo y cuya madre no consiguió convencer a los soldados israelíes de
que los dejaran pasar hacia el hospital de Ramala. Las salidas de su aldea,
como de casi todas en los territorios ocupados, están cerradas.
No es que los jóvenes soldados israelíes en el puesto
militar en la carretera fueran monstruos ni que no tuvieran instrucciones, como
asegura el Gobierno israelí, de dar paso a través de los controles a los
palestinos en casos de urgencia humanitaria. En todo caso, no eran médicos y no
percibieron la situación de alarma. No dejaron pasar a la familia y el niño
murió mientras intentaba llegar a Ramala por caminos de cabras.
Cuatro miembros de los Abu Rashid, una conocida familia de
Gaza, murieron el miércoles por las bombas de un helicóptero israelí. Estaban
disparando un mortero contra un asentamiento judío vecino a un inmenso campo de
refugiados. Los enterraron el jueves entre gritos de venganza de una multitud
de palestinos. Horas más tarde, una decena de colonos israelíes resultaban
muertos al ser ametrallado su autobús cerca del asentamiento de Emanuel, en
Nablús. Volvían a caer las bombas israelíes en Ramala y en la ciudad de Gaza. Y
en la calle de Ben Yehuda, de Jerusalén, aumentaba el número de las velas en
recuerdo de los 11 jóvenes israelíes muertos el primer día de diciembre cuando
un terrorista suicida hacía explosionar las bombas que llevaba bajo las ropas.
La fiesta judía de januká, con el encendido de
velas durante ocho días, cobraba esta semana su más trágico simbolismo. 'Hágase
la luz en estos momentos de tinieblas', rezaba el título del suplemento del
diario israelí Ha'aretz.
Varias generaciones de adultos han vivido desde un principio
oyendo hablar o sufriendo directamente el 'conflicto de Oriente Próximo'. Hubo
guerras, y en ocasiones, como la Conferencia de Madrid o las 'Conversaciones'
de Oslo, esperanza de paz. Ahora nadie sabe cómo puede mejorar la situación,
pero todos son conscientes de lo que puede empeorar.
Muchos hablan de guerra abierta cuando la guerra ya está en
marcha, pero no puede ser abierta entre uno de los ejércitos más poderosos del
mundo y un pueblo que apenas cuenta con morteros de fabricación casera, unos
Kaláshnikov y, eso sí, toda la desesperación, la rabia y el odio que generan el
agravio y la humillación permanente.
El optimista vocacional e incorregible que es Javier Solana,
alto representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión
Europea, comentaba el miércoles que 'todos son conscientes de que estamos en
una encrucijada. Pero de momentos dramáticos como éste en ocasiones surgen
también las soluciones. En todo caso, es una situación en la que todos han de
tomar decisiones estratégicas'. En una larguísima limusina escoltada, en ruta
hacia el aeropuerto después de dos jornadas frenéticas de negociación y
mediación entre el Gobierno israelí y la Autoridad Nacional Palestina, Solana
insiste en que 'este conflicto no puede ganarlo nadie y la única solución es
política', como si intuyera o supiera que aquí, en Jerusalén y en Ramala, hay
gente que piensa lo contrario.
Gigante de la política
Teddy Kollek ha sido un gigante de la política israelí. Mano
derecha del gran padre de la patria judía, Ben Gurión, y después alcalde de
Jerusalén durante cinco lustros, este judío vienés llegó a Palestina a
principios de los años treinta, cuando el Estado de Israel más que un proyecto
era aún un sueño. Como tantos miles de jóvenes judíos de todo el mundo, Kollek
era un pionero sionista volcado en la creación de una patria judía socialista a
partir de los kibutzim. Hoy, Teddy, a los 90 años, aún rebosa energía
y acude todos los días a su despacho en la Jerusalem Foundation, y se niega a
compartir la verdad oficial de la nueva 'era Sharon' de que todos los males de
Israel tienen su origen en Arafat y la violencia palestina. 'Por supuesto que
quiero un Estado palestino viable'. Para ello considera imprescindible el
desmantelamiento de los asentamientos.
Como si fueran tentáculos, los asentamientos han ido
comiéndose la tierra en Cisjordania y Gaza y convertido las ciudades y aldeas
palestinas en diminutos bantustanes sin comunicación entre sí, incluso cuando no
tienen las salidas cortadas por barricadas y tanques del Ejército israelí, como
es el caso actualmente.
'Esos colonos, a los que pagamos todos con nuestros
impuestos para que se multipliquen y generen odio, se los regalamos. Como a los
ortodoxos que tienen 10 o 12 hijos, no hacen servicio militar y no trabajan por
dedicarse de lleno a rezar, estudiar las escrituras y hacer niños que
mantenemos los demás. ¿Dónde se ha visto cosa semejante?'. Quien así habla es
Java, una superviviente de los campos de exterminio nazis, que durante muchos
años trabajó en un kibbutz y ahora está desolada ante el
desmoronamiento de la izquierda israelí. 'Nosotros fuimos siempre los aliados
de los palestinos, no los países árabes, que jamás hicieron nada por ellos.
Sólo la izquierda puede hacer la paz con los palestinos'.
El peligro de los ortodoxos
Son muchos los judíos laicos que ven una mayor amenaza al
Estado y a la democracia israelí en los ortodoxos que en los palestinos.
'Dentro de 20 años, los judíos se estarán matando entre ellos', sentencia con
mal disimulada satisfacción Walid, un conductor palestino. 'Con estos fanáticos
cada vez más fuertes tendrán una guerra civil', añade mientras conduce por las calles
del barrio Hivat Hamivtar, que parece un gueto judío centroeuropeo de
principios de siglo, repleto de levitas negras y sombreros y mujeres con
faldones largos, pelo recogido bajo gorros e invariablemente rodeadas por
grupos de cuatro, cinco o seis niños que no aparentan llevarse más de un año
entre ellos.
Según el catedrático de Historia Comparada de las
Religiones, Guy Stroumsa, 'con los 10 hijos o más que tiene cada familia, los
ortodoxos cada vez tienen más votos y más capacidad para influir'. Y afirma que
este fenómeno y la inevitable asociación existente entre la identidad nacional
y la identidad religiosa, que el sionismo quiso pero no pudo romper, paralizan
muchas de las decisiones políticas y reformas que el Estado habría de acometer,
también respecto a la paz con los palestinos.
Ésta está hoy más lejos quizás que nunca desde que el
derechista Sharon llegó al cargo de primer ministro. Son muchos los que
consideran que lo consiguió gracias a Arafat, que rechazó hace un año una
propuesta del anterior jefe de Gobierno, el laborista Ehud Barak, como jamás
tendrá ya otra. Ahora Sharon está más fuerte y goza de más popularidad que
nunca. Los atentados suicidas y la negativa de Arafat a firmar el Acuerdo de
Camp David han diezmado las filas de quienes creían en el acuerdo con el líder
palestino. Con su ofensiva a muerte contra la Autoridad Nacional Palestina, el
acoso constante a la población en los territorios ocupados y el
estrangulamiento económico de los mismos, Sharon ha logrado multiplicar la desesperación
y la disposición de los jóvenes palestinos a la venganza, suicida o no.
Cuantos más muertos, menos partidarios de la negociación con
los palestinos y más entusiastas de una política de reocupación de los
territorios en aras de la seguridad. Y menos israelíes inclinados a exigir
cuentas al Gobierno de Sharon por el declive económico. Uno de cada cinco
israelíes vive por debajo del umbral de pobreza. Los problemas sociales son
acuciantes. 'La situación económica es muy grave, pero parece que la gente no
se quiere dar cuenta del nexo entre miseria y guerra', dice Mireille Winter,
una uruguaya que llegó a Israel hace 30 años 'intoxicada de sionismo', como
dice ahora con la sonrisa de quien ha perdido por el camino muchas ilusiones.
Su amiga Miriam Zagiel, argentina, directora del Festival de Artes Escénicas de
Jerusalén, asiente: 'Sharon ha logrado convertir la Intifada en guerra y en
ocho meses ha hecho que se desvanecieran todas las esperanzas. No hay trabajo,
no hay seguridad, no hay inversiones extranjeras. El desempleo se ha disparado,
pero gracias a la cuestión palestina, aquí no se habla ya de economía, de
educación ni de sanidad. Sólo de terroristas, sólo de Arafat. Yo no soporto a
Arafat, pero él no es mi problema, sino el de los palestinos. Yo vivo aquí'.
Los pulsos de Sharon
Existe una convicción generalizada hoy en Israel y es que
Sharon ha ganado todos los pulsos que ha echado hasta ahora. En parte por
suerte, en parte por errores de los adversarios, en parte porque sin escrúpulos
se tiene mayor libertad de acción. Su viaje a Washington fue sintomático.
Acudía después de que por primera vez un presidente norteamericano se
manifestara partidario del establecimiento de un Estado palestino y lo hiciera
en la sede de la ONU, organización que Sharon odia casi tanto como a la OLP.
Antes Sharon ya se había ganado una seria reprimenda de Estados Unidos por
comparar las presiones de Washington, encaminadas a que reanudara el diálogo
con los palestinos, al Tratado de Múnich firmado por Francia y el Reino Unido
con Hitler. Pero los terroristas palestinos le hicieron el gran regalo político
de hacer estallar una bomba en Jerusalén mientras él estaba en Washington.
Sharon, que iba a que le regañase Bush, acabó dando lecciones de antiterrorismo
al presidente.
La paz se aleja cada vez más y Sharon gana. Hoy no sólo
tiene secuestrado a Arafat en los territorios sin poderse mover y con la pista
de aterrizaje de su aeropuerto, construida con fondos de la UE, convertida en
un montón de escombros. Tiene secuestrados a todos los palestinos en sus aldeas
y ciudades sin poder trabajar ni adquirir los artículos más imprescindibles
para una vida digna. Y tiene también secuestrados a los israelíes, atenazados
por el miedo y la angustia y cada día menos capaces de plantar cara a la
estrategia de guerra de sus secuestrados. Es un caso especialmente trágico del
síndrome de Estocolmo.
Tres judíos de una secta ortodoxa caminan por una calle de
Jerusalén ante un cartel de Arafat en el que se lee en hebreo
"asesino". AP
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