Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
19.06.01
COLUMNA
Hay quienes ya han reaccionado con desolación ante la
abrumadora victoria del ciudadano búlgaro Simeón Sajonia-Coburgo en las
elecciones parlamentarias en su país. Es lógico que así sea entre los líderes y
votantes de los dos partidos que han sido arrollados por la nueva formación
triunfadora, dirigida por un rey que ha estado casi seis décadas en el exilio.
Tienen razones para lamentarse tanto la Unión de Fuerzas Democráticas (UDF),
que ha dirigido el país durante los cuatro pasados años con un Gobierno de
centro-derecha -y con considerables éxitos-, como el Partido Socialista,
heredero de quienes lo gobernaron durante más de cincuenta.
Tiene -aparentemente- poco sentido que, también fuera de
Bulgaria, haya tantos 'analistas' que han reaccionado con abatimiento. Tiene
lógica. Se les ha roto una pieza más de su maltrecho molde en el que embutían
los hechos, pasados y presentes, para que éstos no desmintieran sus simplezas
ideológicas. En todo caso, la victoria de Simeón es una increíble cabriola de
la historia y ha sorprendido a todo el mundo.
Para entender lo sucedido hay que tener una mínima noción de
lo que ha sucedido en Bulgaria durante cuatro generaciones. A la caída del
implacable régimen comunista siguieron años de intoxicación 'democrática' por
parte del aparato heredero del régimen extinto que generaron nuevas formas de
represión de las libertades e igualdad de oportunidades, como son la
cleptocracia, los centros de poder de las mafias y la postración que impone a
los ciudadanos la elección entre la criminalidad -de cuello blanco, azul o muy
sucio- y la miseria.
La UDF ha cosechado muchos logros en estos años en su
esfuerzo por anclar a Bulgaria en el sistema económico europeo. Pero no logró
romper la tendencia del (des)ánimo social búlgaro hacia la apatía y
resignación, hacia la triste convicción de que su país está condenado a vivir
bajo el miedo y las privaciones impuestas por una nueva variante de nomenclatura
de los más poderosos y menos escrupulosos. Es ahí donde irrumpe la figura de
Simeón con una propuesta general de retorno a la ética. Inquietó desde un
principio. El primer ministro Iván Kostov logró abortar el intento de Simeón de
presentarse a las elecciones presidenciales próximas. Se rompió la mano por
fastidiar al capitán. Ha logrado salvar la reelección de su presidente y rival
y hundirse personalmente.
El vago programa electoral de la Alianza Nacional, creada
hace sólo dos meses, no se diferencia de los postulados de la UDF. También el
partido de la minoría turca puede compartir los mismos objetivos. Es de esperar
que el nuevo Gobierno sea amplio y plural. Desde luego, si algún nostálgico
quiere plantear hoy la opción monárquica, será Simeón quien lo calle.
La victoria de la Alianza electoral de Simeón es un éxito de
la credibilidad y del compromiso de alguien en el que una mayoría no ve otro
interés que el de ayudar a los búlgaros a salir de su triste situación de
desamparo. Con exquisito respeto a las instituciones republicanas y vocación
integradora, Simeón es ya la esperanza de un país que no tenía. Ninguna. Ahora
queda lo más difícil. Y la posibilidad del fracaso y el desengaño. Pero si
Simeón lograse que la esperanza cuajara en realidades, nadie excluya que los
búlgaros quieran algun día institucionalizar a la autoridad integradora que ya
hoy representa el vencedor de las elecciones. Como zar.
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