Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
15.04.2000
TRIBUNA
No importa mucho cuántas eran las decenas de miles de
serbios que ayer se concentraron en Belgrado para pedir elecciones anticipadas
y el final de la pesadilla que ha supuesto para todo el pueblo serbio y sus
vecinos el régimen de Slobodan Milosevic. El régimen se ha encastillado y ha
perdido todo escrúpulo cuando considera necesario intimidar o coaccionar a la
población: sus recursos en este sentido son casi ilimitados. Pero la banda
político-mafiosa de Milosevic está nerviosa por muchos motivos; entre otros,
porque se atisba una luz en este tenebroso horizonte de la vida de un pueblo
lanzado a la autodestrucción por un caudillo que es -a la par y paradójicamente-
autodestructivo y maestro en la supervivencia. La unidad de acción que ayer
demostraron los dos principales líderes de la oposición -Vuk Draskovic y Zoran
Djindjic- no los exime de la terrible responsabilidad que tienen en la
supervivencia del régimen. Y habrá que ver si la superación de su animadversión
personal y su inmensa vanidad no es flor de un día.
Milosevic ha jugado a capricho con las rivalidades de los
líderes de la oposición durante más de un lustro. Pero Draskovic y Djindjic
saben que los serbios están cada vez menos dispuestos al martirologio
patriótico que les exige Milosevic y más convencidos de que tienen que
liberarse de un aparato que los ha utilizado en provecho propio y por vía del
crimen generalizado contra pueblos vecinos, pero también, y cada vez más,
contra el propio. Una oposición unida de verdad puede poner en jaque al régimen
en breve plazo. Y los síntomas de una descomposición del aparato y de que
comienza a extenderse la consigna del "sálvese quien pueda" se
multiplican.
Frente a todos los que en Pekín, Moscú o Madrid siguen
pensando que Milosevic es una víctima de una conspiración occidental por ser
serbio y por ser de "izquierdas", los serbios saben lo que sufren a
diario y ven cómo los miembros del régimen mafioso se enriquecen y liquidan a
sus antiguos cómplices. Pero además constatan que es cada vez más vulnerable.
La impunidad eterna de los asesinos a sueldo de Belgrado ha resultado ser una
promesa incumplida -una vez más- de una larga y trágica serie. Momcilo Krajisnik,
mano derecha de Radovan Karadzic, ya está en la cárcel en La Haya. Y la fiscal
Carla del Ponte, Javier Solana y Robertson (nuevo secretario general de la
OTAN) han dejado claro que quienes apostaban por dejar en el olvido los
crímenes habidos se equivocan. Ratko Mladic, Karadzic y otros muchos ya sólo se
creen seguros en Serbia; y tampoco muy seguros. Krajisnik puede ser el que,
ante una posible condena de por vida, comience a dar los datos necesarios para
que también los serbios sepan quiénes instigaron, organizaron y ejecutaron los
mayores crímenes habidos en Europa desde la derrota del nazismo. Todos los
demás países de los Balcanes (con sus inmensos problemas sociales, políticos,
económicos y de orden público) han hecho una apuesta por la democracia y la
integración. Serbia no puede quedar indefinidamente al margen.
Eso sí, todo es susceptible de empeorar antes de que este
régimen pase definitivamente a la basura de la historia. Milosevic desprecia
tanto la vida de un serbio como la de un albanés o un bosnio. La guerra civil o
la apertura de un frente bélico con Montenegro son aún recursos al alcance de
Milosevic. Su final se prevé. Lo que es imprevisible es el coste en vidas que
aún pueda tener.
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