Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
06.08.2000
TRIBUNA
"Ha llegado la hora de la violencia, de la aplicación
implacable de la ley y la imposición del legítimo monopolio de la violencia por
parte del Estado". Las palabras de la locutora de la Segunda Cadena
alemana (ZDF) sugerían esta pasada semana el llamamiento a una lucha final. Sin
embargo, apenas ha comenzado. Será dura, sangrienta y larga. La peste parda
nunca fue una broma. Alemania parece ahora tomar conciencia de ello. Han sonado
las alarmas. Algo tarde. Por supuesto para los diez muertos y muchos heridos
que se ha cobrado allí el nazismo desde mayo. ¿Niñerías? No. La culpa no es de
las alarmas. Llevan años ululando. Nadie las escuchaba. Ahora muchos parecen
despertar del letargo. Esperemos que no sea una mera acción mediática de
verano. Las razones para la alarma son muchas. No sólo el atentado de la pasada
semana en Düsseldorf en el que una bomba hirió a diez inmigrantes, en su
mayoría judíos. Ni un mozambiqueño muerto de una paliza en Dessau, ni los tres
policías asesinados ni otros que forman parte del goteo de víctimas del
neonazismo en Alemania. La razón de más peso está en la falta de reacción de la
sociedad, del individuo, ante la violencia.
La falta de coraje civil para enfrentarse a la vileza que es
el ataque contra seres inermes e inocentes es la peor depravación posible. Las
fotos de vieneses riéndose sádicamente mientras conciudadanos judíos limpiaban
las aceras con sus cepillos de dientes son las imágenes más terribles al
respecto. Pero la falta de compasión no tiene que manifestarse de forma tan
truculenta. Las playas llenas de San Sebastián mientras se enterraba a la
enésima víctima, Juan Mari Jáuregui, o la indiferencia del transeúnte por las
calles de Euskadi cuando los cómplices de los asesinos insultan a los
asesinados son reflejo de la misma parálisis del alma y amputación de la
conciencia del ciudadano. "No tengo problemas. Vivo feliz con mi
perro", explicaba su postura ante su entorno neonazi un vecino de Uhsedom,
un pueblo alemán en el que el terror pardo obliga a los inmigrantes a vivir en
autorreclusión.
Durante años, los partidos han minimizado los peligros del
neonazismo. Lo han intentado explicar pero, sobre todo, lo han querido
comprender. En exceso. Jóvenes en paro y frustrados buscando vías de escape
para su agresividad. ¡Qué fácil! La solución estaría en escucharlos, entender
sus cuitas adolescentes e integrarlos en la sociedad. Al fin y al cabo se puede
ser xenófobo sin violar el Código Penal. La excesiva comprensión hacia estos
"chavales" ha generado el perfecto hábitat para unos grupos
fortalecidos por la falta de reacción de las instituciones. Están organizados y
controlan asociaciones deportivas y culturales. Tienen medios técnicos y financieros
para expandir sus tentáculos venenosos. Y hoy estamos ante una nueva situación.
Cunde la alarma ante la pasada permisividad. Los chavales confundidos,
skinheads, nazis y jarraitxus son lo mismo. Queman, incendian y al
final, matan. Han percibido impunidad. Hay que desmentírsela, negársela.
Las medidas del Gobierno federal, estados y administración
local en Alemania no están aun tomadas. Muchos piden la ilegalización de grupos
neonazis como el NPD, que, con su infraestructura, sus medios financieros y de
comunicación, ofrecen un paraguas a la camada nazi. Hay que cortarles los
recursos que utilizan para minar a las instituciones. Pero el principal paso no
está en las prohibiciones. Está en la voluntad política de los gobernantes y en
la capacidad de movilización de la ciudadanía. El coraje civil y el patriotismo
constitucional, magnífico concepto cuajado por Jürgen Habermas, dignifican.
Quizás no sean exigibles a todos. Pero sí a quienes digan defender la
convivencia democrática. Aislar a quien viole sus principios no es fracturar la
sociedad sino impedir que se corrompa.
Por eso es una gran acción sin precedentes que, desde los
sindicatos y la patronal alemanas, los partidos, los estados federados, los
ayuntamientos y las organizaciones antifascistas y antirracistas quieran
coordinar una movilización social que margine a quienes viven de y para el odio
social, racial o ideológico y no abdican de la violencia. Todo individuo que
renuncie a la senda del nazismo es integrable. El nazismo en sí nunca lo será.
La movilización alemana es buen ejemplo para algún germanófilo vasco. Quién
tanto paralelismo -que no hay- busca en Irlanda, debieran mirar a Alemania.
Verá que no media entre partes iguales sino engorda al huevo de la serpiente.
Cuando los nazis que pedían el jueves la muerte de María San Gil en Donostia
tengan garantizado el mismo trato que se les promete ahora a los nazis de
Uhsedom, veremos luz al final del túnel. Los nazis alemanes y sus alumnos
aventajados junto al Urumea deben saber y sentir siempre que el Estado de
Derecho se sabe defender. Con éxito y contundencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario