Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
29.07.2000
TRIBUNA
Slobodan Milosevic se preocupa por su futuro y el de los
suyos. En los últimos días ha dejado claro que considera fracasadas por el
momento las gestiones para buscarse un exilio dorado en el que gozar de la
fortuna que ha amasado como botín de la guerra y la extorsión sistemática a sus
propios ciudadanos. Ni la Rusia de Vladímir Putin, ni siquiera sus amigos de la
dirección comunista china parecen dispuestos a facilitarle un acomodo que
impida su comparecencia ante el Tribunal para Crímenes de Guerra en La Haya y
facilite una transición política pacífica, que con su presencia en Belgrado es
imposible. Así las cosas, Milosevic está decidido a enrocarse y reestructurar
la dictadura de cara a las nuevas condiciones. Dos mandatos más quiere estar
Milosevic en el poder, con la esperanza de que durante los mismos escampe algo.
Si no fuera el caso y las condiciones empeoran para él, ya tiene los medios
sobrados para morir matando que es lo que muchos temen en Serbia que acabe
haciendo tarde o temprano. De momento, se ha pergeñado una ley electoral a su
medida para ganar las elecciones presidenciales y el jueves las convocó para el
24 de septiembre junto a elecciones legislativas y locales en Serbia. La nueva
ley prevé que el presidente de la llamada Yugoslavia sea elegido
directamente, no necesitará sino una mayoría relativa y no habrá mínimo
requerido en la participación para otorgar validez a los comicios. Dicho de
otra forma, aunque los serbios y montenegrinos boicotearan masivamente, como
muchos anuncian, esta obscena farsa del día 24 de septiembre, a Milosevic le
bastaría con los votos de su familia para seguir gobernando legalmente. Podría
permitirse incluso el lujo de prescindir de los votos de sus guardaespaldas y
protegidos. A los Estados de la UE les parece, por supuesto, "muy mal"
que Milosevic abandone los últimos vestigios de pudor legalista y se disponga a
defender su poder con una dictadura inequívoca. También han protestado, aunque
hay que ver qué poco y qué calladamente, contra la intolerable condena a
prisión por espionaje impuesta al periodista serbio Filipovic por un tribunal
militar. Y contra el cierre general de medios de la oposición, la persecución
de la disidencia en forma cada vez más estalinista y canalla o las nuevas leyes
que equiparan en la práctica la crítica al poder con la traición al Estado.
Pero el gran enfado de los Quince no ha impedido que a mediados de julio
decidieran levantar gran parte de las sanciones impuestas en su día contra
Milosevic, entre ellas el bloqueo de las cuentas bancarias en el exterior. ¡Qué
excelsa coherencia!
Milosevic cuenta ahora, por tanto, no sólo con los fondos
que logró esconder con éxito por los vericuetos financieros internacionales
sino también con los localizados en su día. De aquí a septiembre podrá
financiar con ellos algunas obritas de reconstrucción que inaugurará con pompa
mitinera y una probablemente efímera, aunque siempre efectiva, mejora de la
oferta en el mercado que tantos réditos electorales da. Al fin y al cabo, con
el actual apoyo del 13% que le dan las encuestas, a Milosevic le sobra para
ratificarse como caudillo en las urnas. Éstas no son las únicas ayudas que
recibe del enemigo. Los dirigentes de la oposición serbia, a su cabeza Vuk
Draskovic y Zoran Djindjic, no podrán ya nunca escapar a la responsabilidad
histórica que recae sobre ellos al haber hecho inviable una oposición unitaria.
Oportunidades tuvieron varias, pero las frustraron su ambición y egomanía enfermizas
y su mezquindad política. Gracias a ellos sobrevivió Milosevic a su grave
crisis en 1996 y gracias a ellos ha podido resistir en el año que ha seguido a
la intervención militar internacional.
Las detenciones masivas de miembros de Otpor, el movimiento
de oposición surgido precisamente como respuesta a la vergonzosa actitud de los
líderes de la oposición, son un indicio de las formas ya abiertas que el
régimen va a aplicar en esta su fase bunquerizada. La febril actividad
legislativa represora es otro. Los serbios están, al parecer, condenados a
sufrir bajo una brutalidad represora que no conocían desde los lejanos años
inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Con la diferencia de
que entonces los represores actuaban con el entusiasmo de quienes defendían una
idea redentora que, pensaban, habría de llevar a una vida mejor. Ahora quienes
se disponen a mantener indefinidamente a los serbios bajo un régimen de terror
y miseria sólo se defienden a sí mismos y a sus privilegios de la ira que el
sufrimiento, el abuso y la injusticia generan. Con todas las puertas cerradas a
soluciones pacíficas, las violentas se hacen cada vez más probables en
Montenegro y la propia Serbia, los serbios van a sufrir mucho todavía.
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