Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
09.09.2000
TRIBUNA
Ya está. El español Marcelino Oreja, el finlandés Maati
Ahtisaari y el alemán Jochen Frowein, los tres sabios (por utilizar
este cursilísimo término) encargados de indagar si Austria merece o no seguir
siendo tratado como un estado paria en la Unión Europea, se han aplicado en su
trabajo durante el verano. Ayer entregaron su informe, amplio y
concienzudamente elaborado, al presidente francés Jacques Chirac. Su conclusión
general es que no, que a los 14 socios se les había ido la mano en la Cumbre de
Lisboa y que convendría que levantaran las sanciones antes de que los daños
sean mayores. Los tres han viajado a Austria, se han entrevistado con un sinfín
de dirigentes políticos, líderes religiosos, de asociaciones de inmigrantes y
movimientos sociales. Han estudiado a conciencia la gestión ejecutiva y
legislativa de la nueva mayoría, la política de asilo, así como la legislación
austriaca en general. Y esta semana han mantenido una ronda final de
entrevistas en Heidelberg. No han logrado encontrar nada en lo que Austria
respete menos los principios y valores de la Unión Europea que el resto de los
países miembros. Sí, por el contrario, ciertos campos en los que otros países
harían bien en imitar a la legislación austriaca. Sus poblaciones inmigrantes
se lo agradecerían. Han encontrado, por supuesto, populistas, demagogos,
xenofobia, miedo a la globalización, crisis de identidad, terror a la muerte
del estado de bienestar.
Oreja, Ahtasaari y Frowein han cumplido, con gran diligencia
y escrupulosamente, la tarea encomendada. Pero en realidad nadie un poco
avisado podía esperar otro resultado. Son infinidad los observadores,
embajadores, periodistas y organizaciones en Austria que habrían podido hacer
llegar a sus Gobiernos estas mismas conclusiones -eso sí, no tan
meticulosamente documentadas- de haber habido disposición para escucharles y
para asumir las consecuencias.
Pero no podía ser porque habría supuesto reconocer que el
trato dado en estos últimos seis meses a este pequeño país ha sido un error. Y
en muchos casos, mala fe. Condenar a Haider y al FPÖ por su retórica era
imprescindible. Pero la sagrada ira antifascista desplegada por toda Europa en
febrero hasta con llamadas a un boicoteo total a Austria fue tan populista e
hipócrita como el objeto de la misma.
Había que hacer por tanto una gran operación para no perder
la cara y se decidió recurrir a tres honorables señores con prestigio que
habrían de informar solemnemente a los 14 de algo que ya sabían. Es de esperar
que ahora la presidencia francesa se imponga tanto apremio como el trío
investigador y coordine un rápido levantamiento de unas sanciones cuyo
principal efecto ha sido humillar al austriaco medio y fomentar el
antieuropeísmo no sólo en Austria sino en países como Dinamarca o los
candidatos al ingreso en Europa central y oriental.
También es de esperar que el canciller austriaco Wolfgang
Schüssel no vuelva a las andadas irresponsables y descarte de inmediato la
celebración de un referéndum sobre las sanciones que se podría convertir en un
aquelarre antieuropeo. En lo que al FPÖ respecta, hay consideraciones
interesantes en el informe sobre su posible evolución hacia posiciones
moderadas desde el ejercicio de Gobierno. Si el partido está en el poder, es
gracias a la atroz retórica del carintio. Pero quienes antes dependían en todo
de su líder hoy ejercen cargos en Viena mientras Haider anda por provincias. No
sería el FPÖ el primer partido que reniega de sus orígenes. En todo caso,
los sabios han hablado. Ahora les toca hacerlo a quienes hace muy
poco lo hicieron demasiado.
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