Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
13.09.2000
Los 14 miembros de la Unión Europea que castigaron a Austria
-así lo sienten al menos los austriacos- por votar en unas elecciones libres de
una forma concreta, que hacía casi imposible otra coalición que la habida, han
decidido levantar el castigo después de conocer el informe de los tres sabios publicado
la pasada semana. Y, sin embargo, ¡cómo les ha costado a algunos! Ahora, todos
quieren esconder la mano y quienes no pueden, porque la tiene muy a la vista,
dicen que, pese a todo, tuvieron razón en tirar esa piedra lisboeta que tanto
ha dañado ante todo al tejado propio.Claro está que hay que mostrar repugnancia
ante manifestaciones repugnantes tales como la propia existencia del fenómeno
Jörg Haider. Y que Europa se construye sobre unos principios y valores
irrenunciables. Pero también lo es que la hipocresía demostrada por algunos
grandes guardianes de la supuesta pureza democrática y del alarde antifascista en
este caso sólo los socavan.
Francia, hoy en la presidencia de la UE, tiene ya otras
prioridades que demostrar enojo ante las decisiones del electorado austriaco.
Alemania asegura que siempre ha seguido el consejo y liderazgo de París en esta
cuestión, es decir, culpa a Francia sin molestarla demasiado. No iba a
arriesgarse Berlín a ser acusada de proteger a su pequeño vecino de la ira
democrática y evocar fantasmas de un Anschluss (anexión) por vías de la
comprensión. Es posible que aún no haya llegado el momento de mostrar demasiado
carácter por parte de quien, siempre que toma decisiones que pueden parecer
lógicas en otras capitales, se ve en peligro de ser tachado de ser una amenaza
para la humanidad.
Las cosas vuelven a su cauce. Pero los intentos de salvar la
cara de algunos políticos europeos que tanto izaron la bandera contra el
"huevo de la serpiente" vienesa son patéticos. El ministro francés
para Europa, Pierre Moscovici, no está satisfecho con el informe y quiere
seguir "vigilando" al partido del indeseable Jörg Haider. Por
supuesto, hay que vigilar al FPÖ, porque su retórica en el pasado es
escandalosa. Pero también hay que vigilar a alcaldes gaullistas, a tanto
político comunista francés, a mucho flamenco belga racista hasta las cachas y a
ex comunistas alemanes que protegen a bandas neonazis en Brandenburgo. Y
hablando de vigilancia y sanciones: ¿Por qué no hablar de los idilios del
nacionalismo vasco con nazis por desgracia no dedicados exclusivamente a la
retórica? La vigilancia democrática y antifascista es imprescindible. En todas
partes.
También Austria tiene una lección, esperemos que aprendida,
y ningún motivo para el triunfalismo. El FPÖ no sólo puede cambiar. Tiene que
hacerlo. Un primer paso podría ser la defenestración (política, claro) de su
ministro de Justicia, Dieter Böhmdorfer, que no es un nazi sino un incapaz sin
criterios democráticos. Sería un buen principio. Pero también en cuanto a
incapaces, Austria es un país muy normal en la Unión Europea.
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