Por HERMANN TERTSCH
El País Lunes,
04.09.2000
CRÍTICA: CARLOS V / LA 2
La historia tiene mil formas de contarse y en este país lo
sabemos quizás mejor que en ningún otro. Inventarse el pasado común o el de uno
mismo, entronizar actitudes o escenarios jamás sucedidos o ejercitar la
nostalgia con idilios pastoriles, épicas nacionales o gestas guerreras, ha sido
siempre una tentación irresistible en Carpetovetonia. Ayer, en La 2 de RTVE,
María Luisa Corujo nos dio en su documental Carlos V, un imperio, un
monarca las claves de cómo una nación reinventa su pasado a partir de
algunos datos ciertos, hipótesis dudosas, grandes dosis de vanidad y una ración
de melancolía. Esta muy buena idea para relatar el pasado imperial de la nueva
España de Carlos I y Felipe II tiene un muy buen resultado. La primera entrega
de una serie de cuatro episodios intenta recuperar lo que ha sido un año de
muchas y algunas brillantes exposiciones en conmemoración del quinto centenario
del nacimiento de Carlos V. Pocos siglos han sido tan cursis en su pretensión de
interpretar el pasado como el XIX. El historicismo cañí es un género del arte,
de la pintura en particular, tan espectacular como tramposo. No sólo en España,
pero también en España. Quien conozca los cuadros historicistas o historizantes
en Hungría o Alemania, en Polonia o Rusia, en la Francia posnapoleónica o en
Grecia no puede decir que somos los españoles más ampulosos a la hora de
inventarnos en el siglo pasado historias y crear escenarios. A muchos
contemporáneos, algunos cuadros presentados ayer en el documental, les
parecerán viñetas de cómic. No se equivocan. Lo son. Pero el documental de
Corujo hace un precioso recorrido por la vida de dos grandes hombres,
terriblemente enigmáticos, claves en la historia real, de la mano de quienes en
un siglo romántico, prestaban mucha más atención a las emociones que a los
hechos.
El documental, que abre una serie que se emitirá los
próximos domingos, es un paseo por la pintura de la historia lúcido y bien
hecho. Una salvedad: habría sido muy útil nombrar a los pintores, algunos
perfectamente condenables, cuando aparecen sus obras. Y quizás haya alguna
música de fondo muy ajena a Carlos I, a Felipe II y a su época. Hecha esta
salvedad, el resultado es excelente.
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