Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
02.09.2000
TRIBUNA
El canciller alemán Gerhard Schröder no es un hombre ocioso.
Pero se ha tomado nada menos que 12 días de agosto para hacer una larga gira
por los Estados federados que fueron parte de la República Democrática Alemana
hasta 1990. Su agenda era casi monográfica. Estaba clara desde un principio y
fue definida por él mismo. Ha sido la reivindicación de la ilusión democrática
y la declaración de guerra al pesimismo histórico que genera monstruos con
afanes de redención. Es la lucha contra un fenómeno repugnante, destructivo e
inhumano que con características alemanas evoca aún mayor terror. La lucha
contra todas las nuevas formas de nazismo y fascismo es ya prioridad máxima en
el desarrollo de las sociedades emergentes en Europa en el siglo XXI, una vez
cerrado el triste capítulo del comunismo, una vez inmersos en una globalización
que inevitablemente genera perdedores. Acallado el antifascismo falaz de otros
totalitarismos las democracias han asumido el reto que con procacidad les lanza
diariamente la ideología del desprecio y el odio. Las cartas se barajan de
nuevo pero los Estados democráticos tienen medios para impedir partidas como
las habidas en los años treinta del siglo ahora pasado. El mito del perdedor fue
clave para el auge del nazismo en Alemania y Europa. El victimismo, nacional o
de clase, ha sido siempre el generador de la arrogancia criminal. El espíritu
de revancha social, histórica o nacional que entonces se generó se huele en el
humo de Auschwitz, en las fosas de Katyn y Srebrenica, en el cementerio de
Polloe o en el parque de Dessau donde el canciller Schröder homenajeó al
mozambiqueño Alberto Adriano, muerto bajo las botas de tres cretinos intoxicados
de nación y raza, hoy ya, afortunadamente, condenados por su crimen.
Los alemanes orientales, ha querido transmitir Schröder,
tienen muchas razones para ver el futuro con optimismo, por presentes que estén
diariamente las dificultades. Son muchos los jóvenes y no tan jóvenes a los que
les revienta el pecho ante los problemas y los agravios que perciben. La vida
es una ratonera y los obstáculos parecen insalvables tantas veces. La tristeza
está permitida, el miedo es libre y las inquietudes comprensibles. Pero quien
intente buscar compensación en ideologías criminales, consuelo en emociones de
agresión al prójimo, debe saber que la voluntad mayoritaria, común a los
demócratas y armada por la decisión política y los medios del Estado de derecho
va a poner coto a sus intenciones y muy legítimas represalias. No pueden
siquiera creer que ganan.
Schröder acomete uno de los retos más importantes e
históricamente más necesarios de su mandato. La condena a los asesinos de
Adriano no viene sola ni es caso aislado. Desde la patronal alemana a los
sindicatos, desde el Gobierno a las ONG, se ha extendido un consenso dispuesto
a luchar por unos valores y principios que durante muchos años han sido
defendidos con excesiva tibieza. No sólo en Alemania. Quizás por falta de lucidez
o porque las sociedades no suelen ser capaces de vislumbrar los peores
escenarios hasta que se producen. Pero el viaje de Schröder, con su homenaje a
la última víctima del nazismo alemán, es un mensaje para todos los europeos,
muy cargado de significado político. Es un mensaje también para quienes ya no
se atreven a acudir a funerales de víctimas mientras convocan a su mesa a
quienes protegen y apoyan a los asesinos.
No es casualidad que las sociedades obligadas a asumir
postulados totalitarios en el pasado vuelquen sus temores y angustias en
ideologías perversas y criminales. Si el oscurantismo religioso montaraz del
carlismo produce monstruos del independentismo vasco, último gran testigo del
fanatismo español, el legado totalitario del comunismo alemán produce nazis
despechados. La falta de cultura democrática es un lastre que debe combatirse.
La generación de una subcultura del odio, de la diferenciación racial o de la
invención de enemigos por medio de la falsificación histórica es un crimen al que
suelen seguir otros. En Alemania, donde debía suceder, ha comenzado la ofensiva
antifascista que nuestro principio de siglo necesita. Sea bienvenida.
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