Por HERMANN TERTSCH
El País, Copenhague,
18.05.2000
FÚTBOL UNA FINAL DE LA COPA DE LA UEFA TEÑIDA DE VIOLENCIA
Varios heridos tras una larga batalla campal por las calles
de la capital danesa entre seguidores del Arsenal y el Galatasaray
Alrededor de una veintena de heridos -al menos de tres de
ellos por arma blanca-, decenas de contusionados y un número aún no
especificado de detenidos son el balance de los gravísimos enfrentamientos
habidos ayer en Copenhague antes del partido de la final de la UEFA entre el
Galatasaray turco y el Arsenal inglés. La policía danesa, que había hecho un
despliegue sin precedentes en la capital, se vio incapaz de contener a los
miles de seguidores de ambos equipos, unos 12.000 por bando, movidos en gran
parte por ansias de revancha por los incidentes habidos en Estambul el 5 de
abril pasado, en los que murieron dos seguidores de otro equipo inglés, el
Leeds, eliminado por el Galatasaray. Las cargas policiales, los botes de humo y
los extremos controles de seguridad, con la colaboración de las policías del
Reino Unido, Turquía, Bélgica y Holanda, estas dos en preparativos ante la
Eurocopa 2000, no lograron impedir que proliferaran los enfrentamientos con
extrema violencia. Muchas horas antes de que comenzara el partido, eran muchos
los daneses que lamentaban haber sido anfitriones de un evento deportivo que
acabó sembrando el odio por las calles de esta apacible ciudad báltica.
Copenhague y las víctimas de la violencia que se extendió por diversas partes
de la ciudad pagaron el precio de un partido en el que los turcos querían
despojarse de sus complejos frente a Europa y ganar su primer título
continental y gran parte de los ingleses querían vengar a sus dos compatriotas.
El drama se mascaba en el aire húmedo de Copenhague. Los
ciudadanos de la capital danesa, pero también los hinchas de ambos equipos,
habían llegado ya al convencimiento de que algo pasaría. Según pasaban las
horas cristalizaba la idea de que la violencia era inevitable. "Habrá lío.
Esperemos que no muertos", era la frase más repetida cuando caía la tarde.
Hacia las cuatro ya había comenzado todo. Sin mayor motivo aparente se
reanudaban, con mayor violencia, los enfrentamientos de la madrugada anterior
en el mismo escenario, en la habitualmente idílica plaza del Ayuntamiento
medieval. Volaban las botellas, las sillas de las terrazas, las bicicletas y
los golpes entre seguidores del Galatasaray y del Arsenal. El odio que afloraba
ya nada tenía que ver con rivalidad futbolística. Y los golpes, contundentes,
rápidos y cargados de saña, se sucedían a velocidad de vértigo. Allí nadie
pensaba ya en fútbol, en deporte ni en rivalidad. Se trataba de hacer daño al
otro, de infligir el mayor golpe, la herida más grave, la peor humillación.
Parecían haberse juntado los jóvenes más bárbaros de dos de
las naciones más antiguas de Europa no para un evento deportivo, sino para
reeditar la batalla de los Dardanelos en la Primera Guerra Mundial. Pocos de
los ayer presentes en el centro de Copenhague deben tener constancia de aquella
larga y sangrienta batalla que ganaron los turcos al aún orgulloso Imperio
Británico. Las noticias, confirmadas unas, desmentidas otras muchas, infundían
miedo. "Junto al Tívoli le han cortado la oreja a un inglés. Otro tiene un
navajazo en el estómago. Hay varios turcos heridos en la cabeza".
La ciudad se veía tan atropellada como su propia policía,
para nada bregada en tratar con disturbios algo mayores que una reyerta entre
punkies. "Aquí los policías no están acostumbrados a pegar", decía
una camarera atónita en la calle Frederiksbergade. "Pues éstos no están
acostumbrados a otra cosa, si no les pegas no los paras", respondía un
turco de mediana edad, al que se veía profundamente entristecido por lo que
veía. Según se acercaba la hora del partido crecía la certeza de que la jornada
iba a ser tristemente recordada en Copenhague, que tiene, con razón, fama de
ser una de las ciudades más apacibles del mundo.
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