Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
05.07.2000
TRIBUNA
Se ha quedado sin nadie que le defienda el ex canciller
federal Helmut Kohl. Pero, además, ha dejado ya de dar pena a sus
conciudadanos. Y todo indica que pronto podría verse en una situación procesal
más que precaria. Difícil recordar algún precedente para tan vertiginosa caída
desde las cumbres del poder y el prestigio mundial a las simas de la ignominia.
Cuando surgió el escándalo con su confesión de haber ocultado ilegalmente
fondos dedicados a la financiación de la Unión Cristianodemócrata (CDU) fueron
muchos, probablemente la mayoría en la opinión pública alemana e internacional,
que percibieron el caso como una tragedia personal de alguien que, tras tantos
años de servir a su pueblo desde la cúpula, había dejado de prestar toda la
atención necesaria a las reglas. El gran estadista Kohl no habría reparado o
habría infravalorado las irregularidades que estaba cometiendo, querían
convencerse tantos de los amigos, colaboradores, seguidores y votantes del ex
canciller democristiano. Condenable por supuesto, pero explicable. Por desgracia
para todos, para él por supuesto, para su partido, la CDU, pero también para
todos los que confiaron en él y para la propia democracia, ya se sabe que no
fue así y no fue eso. Al menos no sólo eso. Hay mucho todavía que aclarar y
serán la comisión parlamentaria creada al efecto y después los tribunales
quienes habrán de definir y juzgar lo sucedido. Pero el informe presentado por
el investigador especial que la cancillería federal nombró para establecer los
hechos y responsabilidades, Burkhardt Hirsch, es para consternar a cualquiera.
Kohl puede pasar rápidamente de reo de irregularidades contables a supuesto
traidor y encubridor de decenas de delitos. Él no quiere darse cuenta y con una
soberbia patética e infantil acusa a todo el mundo de conspirarse contra él y
se defiende recordando sus medallas políticas, que nadie le niega pero ya
irremediablemente cubiertas de lodo. Es un espectáculo de inmensa tristeza el
que Kohl está deparando a todos aquellos que le admiraron y confiaron en él.
Hirsch, del Partido Liberal (FDP), fue ministro y fiel
colaborador de Kohl y es un reconocido jurista. Su nombramiento obedecía a la
voluntad de la cancillería de Gerhard Schröder de evitar de antemano toda
acusación de que tal investigación estaría sesgada y motivada por intereses
partidistas. Tras cuatro meses de investigación e interrogatorio de decenas de
testigos, Hirsch ha llegado a la conclusión de que, en los días previos a la
entrega de poderes a Gerhard Schröder, en la cancillería de Kohl se borraron
dos tercios de sus archivos informáticos. En una operación de destrucción de
pruebas sólo comparable a la realizada por la Stasi, los servicios secretos de
la RDA, tras la caída del muro, la oficina de Kohl eliminó de sus archivos el
equivalente a más de 1,2 millones de folios. Dicen sus ex colaboradores, y
sobre todo su antiguo secretario de Estado en la cancillería, Friedrich Bohl,
que sólo se borraron, en operación rutinaria, documentos políticos y otros
accesorios. Sin embargo, de la reconstrucción parcial de diversos archivos se
sabe que allí estaban los datos sobre todas y cada una de las operaciones
sospechosas de haber nutrido las arcas de la CDU y no sólo de la CDU. Nadie
cree ya en las explicaciones y justificaciones de Kohl y sus subordinados, como
pocos siguen creyendo que el ex canciller se niegue a dar el nombre de sus
donantes por haber dado "su palabra de honor". Cada vez hay más
indicios de que quiere protegerse de las consecuencias de muchos más hechos que
oculta.
Difícilmente en todo caso va a sumar crédito a su palabra de
honor aunque la ponga por encima del juramento que hizo a la república y sus
ciudadanos. Nadie espera ya humildad ni sinceridad de Kohl, después de su
última comparecencia parlamentaria, arrogante, soberbio y desafiante hacia
quienes tienen el deber constitucional de investigar las irregularidades. Ni
que confiese ni que ayude a explicar lo ocurrido. Lo trágico es que nadie
parece esperar ya nada de él. Nadie entre tantos millones que le aclamaron es
muy poco. Pobre balance para tanto esfuerzo, tanta lucha política y tanta
ambición.
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