Por HERMANN TERTSCH / MIGUEL GONZÁLEZ
El País, Estambul,
20.11.99
CUMBRE DE LA OSCE EN ESTAMBUL
La Carta Europea, el Documento de Viena para la Creación de
Medidas de Confianza y, finalmente, el más actual de todos los largos
compromisos más o menos explícitos firmados en la reunión de la OSCE, están en
la Declaración de la Cumbre de Estambul. Sobre el papel, una de las principales
características de este documento es que abre la puerta a la intervención de la
OSCE en los conflictos y problemas internos de los Estados miembros de la
organización. Otra cosa será llevarlo a la práctica.
Las reuniones multilaterales siempre producen algunos textos
anodinos, muchos destinados tan sólo para el consumo interno de algunos de los
países implicados y sin que mediara la mínima voluntad de aplicar con rigor los
términos formulados. Es lo que tantas veces ha llevado a la pérdida de
credibilidad de estos foros. La Declaración de Estambul de la Cumbre de la OSCE,
al igual que la Carta de Seguridad Europea, firmada también ayer por los
representantes de los 54 Estados participantes, no es una excepción. Muchos son
los Estados que firman condiciones que no quieren o no pueden cumplir. Pero
igual que la Carta de la Seguridad Europea establece el amplio compromiso
político y moral de los Estados firmantes en hacer frente a las amenazas que se
ciernen sobre Estados, sociedades, minorías e individuos, la Declaración de
Estambul hace un recorrido por los grandes retos que tiene la seguridad
europea. El paseo por las preocupaciones comienza con Kosovo y continúa por
Yugoslavia, donde se reclama, sin citarla, una democracia que acabe con
Slobodan Milosevic y el desastre que supone para sus compatriotas. Se agradece
a Macedonia y a Albania que no cayeran en la misma senda. Se ratifica la fe en
una Bosnia-Herzegovina multiétnica y se exige a Croacia una nueva era de
democracia real y no etnicista. Pero se habla también mucho del Cáucaso. De
Georgia, de Armenia y de Azerbaiyán. También de Moldavia y Trandsniéster, y de
las preocupaciones en Asia Central. La OSCE ocupa ya un inmenso territorio y
sus problemas son ingentes. Su capacidad, por el contrario, es limitada. Pero
en el umbral del siglo XXI sólo pensar en que no existiera sería motivo de más
preocupación casi que sus retos continuos.
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