Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
21.11.99
Tiendas quemadas, los bancos sin una luna de cristal sana,
los cajeros chamuscados y marquesinas destrozadas es el paisaje después de la
batalla de Atenas. Son las huellas de la epopeya revolucionaria protagonizada
por unas 5.000 personas que acudieron a la convocatoria del partido comunista
(KKE) para protestar contra la presencia del "carnicero de los
Balcanes", también conocido como el Planetarca o Bill Clinton. Los atenienses
parecían ayer menos dispuestos que nunca a buscar excusas a tal actuación.
Reaccionaban con indignación ante la mención de la batalla. Nadie piense que
por pena por William Jefferson Clinton. Los presidentes norteamericanos vienen
poco por aquí. Se saben poco queridos. Los griegos creen tener razones más que
suficientes para que esto sea así. EEUU no llegó a Grecia a acabar con el
fascismo y construir una democracia como en otros países de Europa. Apareció,
ya lejos los británicos, cuando había que apoyar, como en España, una dictadura
militar suficientemente anticomunista como para ser útil en la guerra fría.
Estuvo presente en sus bases militares con alarde colonial. Comenzó a mimar a
su mejor aliado en la región, Turquía, el enemigo histórico de Grecia. Y
después bombardeó al amigo histórico que es Serbia. Son muchos los elementos
que explican el antiamericanismo de los griegos, que sólo es comparable en
Europa al de los españoles, a los que Washington quita Cuba y les da ración y
media de Franco.
La visita no ha acabado ni mucho menos tan mal como podía.
Clinton estuvo ayer hábil en sus guiños a Grecia. No se puede decir lo mismo de
quienes preparaban el viaje. En un conflicto clásico entre un país obsesionado
por su historia y otro carente de ella, los desatinos fueron mayúsculos. La
Casa Blanca exigía que se prohibiera salir a los balcones y ventanas de las
casas en los trayectos del presidente; entre otros, en toda la ruta del
aeropuerto al centro, que, pese a sus 13 kilómetros, es totalmente urbana.
"Un Gobierno griego que aprueba eso se puede cortar las venas
directamente", comentaba a EL PAÍS Georgios de Lastic, un analista del
diario Kathimerini.
Mientras empresarios, inversores y analistas consideran que
la buena marcha económica ratifica la corrección del cambio político llevado a
cabo por Costas Simitis, la opinión pública tiene más dificultades en
desprenderse del pasado. Simitis no quería durante tres días imágenes en la CNN
de jóvenes griegos quemando banderas americanas. No queda nada bien, sobre todo
en América. Por eso la visita ha salido mejor de lo que muchos se imaginaban. Y
de lo que algunos deseaban.
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