Por HERMANN TERTSCH
El País, Budapest,
04.11.99
10 AÑOS SIN MURO
El primer ministro húngaro, Viktor Orban, es un joven
decidido de 36 años que ganó brillantemente las elecciones el pasado año con su
partido Fidesz, un partido surgido de una organización juvenil de la oposición
anticomunista universitaria. Orban conmovió a todo el país y a Europa cuando el
16 de junio de 1989, en una inmensa manifestación popular de homenaje a Imre
Nagy en la plaza de los Héroes de Budapest, exigió la inmediata salida de
Hungría de las tropas soviéticas allí estacionadas. Lo que hoy parece lógico,
entonces lo era menos, por el temor que muchos albergaban a provocar reacciones
no deseadas en el Kremlin y la cúpula del Ejército Rojo. Nagy, el dirigente
comunista reformista que se convirtió en 1956 en líder del levantamiento
popular contra el régimen postestalinista húngaro y contra la invasión
soviética, era enterrado aquel día con todos los honores después de pasar 33
años en una fosa anónima. Había sido ejecutado por orden de Moscú después del
aplastamiento de la insurrección armada. Nunca ha sido un conciliador Viktor
Orban, no lo era en la organización embrionaria de Fidesz y lo es mucho menos
ahora como el primer ministro más joven de Europa. El planteamiento general de
Fidesz es que Hungría no había hecho una transición real con la llegada del
primer Gobierno democrático del Foro Democrático (MDF), y que después, la
llegada de los ex comunistas como Partido Socialista Húngaro (PSH) en coalición
con la Alianza de Demócratas Libres sólo sirvió para fortalecer las estructuras
del antiguo régimen. Castigado en las urnas el Gobierno de Horn por las
impopulares reformas económicas y estructurales emprendidas, Fidesz se erigió
en la gran alternativa. Al llegar al Gobierno han cumplido al menos con su
implacable persecución de todo lo que les parece tener cualquier relación con
los excomunistas.
La situación económica sigue siendo en general muy positiva
y, pese a ello, el carácter agresivo de la administración Orban parece volverse
rápidamente contra ella en un país que, aún muy marcado por la tragedia de
1956, tiene serios temores a todo indicio de división social y nacional.
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