Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Varsovia
El País Sábado,
30.10.99
REPORTAJE
Los polacos resquebrajaron el muro antes de que cayera. Hoy,
las reformas se abren camino con dificultad
Los polacos viven estos días previos al décimo aniversario
de la caída del muro de Berlín sin mayores recuerdos de aquel otoño milagroso
en el que se les abrió también a ellos definitivamente la puerta a Europa.
Aquí, en Polonia, concretamente en la ciudad báltica de
Gdansk, en agosto de 1980, dio comienzo el levantamiento popular contra el
régimen comunista que hace 10 años habría de extenderse por toda Europa central
y oriental. Aquí se celebraron en junio de 1989 las primeras elecciones
democráticas en un país aún miembro del Pacto de Varsovia y fue derrotado en
las urnas el partido comunista.
En el proceso político de Polonia y de Hungría se inspiraban
los centenares de miles de alemanes que salieron a la calle y al final acabaron
con la división de Alemania y Europa. Y, sin embargo, hoy, en Polonia todo
aquello queda muy lejos para la mayoría de los ciudadanos.
La gente anda con prisa por las calles de Varsovia, cada vez
más reformadas, modernizadas y occidentalizadas. Las paupérrimas tiendas de
hace una década ante las cuales la gente pasaba media jornada con la esperanza
de conseguir algo que comprar, han dado paso a grandes almacenes y luminosos
escaparates repletos de ofertas. Pero ya no se paran como antes los viandantes
para admirar lo expuesto. Porque, "si hace 10 años escaseaban los
productos, hoy escasea el dinero y el tiempo, como en todas partes en Europa,
como en todos los países normales y aburridos", dice Agnezka, un ama de
casa que hace una década tenía que hacer largas colas para canjear periódicos
usados por papel higiénico.
Los problemas cotidianos son hoy muy distintos a aquellos
que los más jóvenes ya ni recuerdan. Pero igual de reales y demasiado
apremiantes como para permitir el lujo de memorias autocomplacidas por mucho
que los polacos sigan, con pleno derecho, sintiéndose orgullosos de aquellos
momentos históricos en que fueron los primeros en poner en cuestión el carácter
definitivo de la división de Europa y de aquella humillación cotidiana a la que
eran sometidos por el régimen comunista.
La inmensa mayoría, incluidos muchos antiguos miembros del
partido comunista comparten las palabras de Andrzej Szcipiorsky: "Por
primera vez desde hace más de tres siglos, Polonia no está amenazada por sus
vecinos y es soberana. Vivimos en democracia y libertad. Qué más puedo pedir.
Todos los demás problemas existen, pero no pueden ensombrecer estos
maravillosos hechos".
Por supuesto que la mayoría de los polacos no piensan en
términos históricos cuando le falta dinero para pagar las nuevas rentas y los
precios de los alimentos. Y que la política de reformas, reestructuración y
privatización ha impuesto inmensas cargas sobre amplios sectores de la
población.
Aunque todos los partidos están de acuerdo en la necesidad
de los cambios estructurales, existen profundas divergencias entre la derecha
-que desde hace dos años vuelve a gobernar- y la izquierda respecto al ritmo y
a las formas. La izquierda acusa al Gobierno de malvender la propiedad del
Estado y de haberse lanzado al darwinismo social del "triunfa o sucumbe".
Ciertamente, son espectaculares las diferencias sociales que
han surgido en un país que era muy igualitario hace una década. Mientras en las
ciudades proliferan los símbolos de riqueza y la clase media se ha ampliado
rápida y notablemente en estos últimos años en que Polonia ha tenido el mayor
crecimiento de toda Europa, en los pueblos y en ciertas regiones, las reformas
han supuesto el cierre de muchas fábricas, el corte de las comunicaciones
ferroviarias, el colapso del ya misérrimo sistema de asistencia sanitaria y de
la educación.
En 1989 todos pensaban que la libertad era idéntica a la
prosperidad. Que nada más ser un país democrático vivirían como los alemanes
del oeste. Quienes tenían expectativas tan ilusas han tenido un duro despertar.
La frustración es siempre un factor político peligroso y, si hace una década la
integración en Europa era un sueño compartido por la inmensa mayoría de los
polacos, esta semana por primera vez una encuesta señala que ya sólo un 46% se
manifiesta partidario del ingreso en la Unión Europea.
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