Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
24.05.2000
TRIBUNA
Dice el ministro del Interior francés, Jean-Pierre
Chevènement, que lamenta profundamente que la opinión pública europea
entendiera exactamente lo que dijo ante las cámaras de la televisión francesa,
pero que en realidad no era lo que había querido decir y que, por supuesto, no
es lo que piensa. Asegura que fue un "esfuerzo de síntesis" -sin
duda, fracasado- el que le llevó a decir que "los alemanes aún no se han
curado del descarrilamiento que fue el nazismo en su historia" y que
Alemania, "en el fondo, sigue soñando con el Sacro Imperio de la Nación
Germánica". Estas palabras tan poco amables tenían como intención el
descalificar la visión de una Europa federal expuesta el 12 de mayo en la
Universidad Humboldt de Berlín por el ministro alemán de Asuntos Exteriores,
Joschka Fischer. Chevènement se ha disculpado, pero nadie debiera dudar de que
está convencido de lo que dijo y de que el exabrupto puede ser involuntario,
pero es, con seguridad, sincero. Y también es seguro que hay muchos franceses
tan jacobinos y nacionalistas como él y muchos otros europeos que comparten su
opinión sin necesidad de ser ni lo uno ni lo otro. Afortunadamente, ni
Chevènement es el Gobierno francés ni la visión expuesta por Fischer, "a
título personal" pero obviamente consensuada con la cancillería federal,
es esa reedición de los sueños imperiales germánicos que tanto listo y menos
listo ve en cada legítimo intento alemán de exponer sus opciones y sus
intereses en la Europa unida. El ministro Fischer propuso en Berlín una opción
abierta de esa Europa federal, tanto en su composición como en el tiempo.
Contaría con un Parlamento bicameral, una Constitución propia, y un núcleo
compuesto por los países más capaces y dispuestos a la rápida integración, pero
abierto a nuevos miembros. Haría posible una combinación del poder de los
Estados con un Gobierno federal.
Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con esta Europa
federal de Estados-nación en los que la soberanía sería compartida. Pero, en
todo caso, la propuesta no es una "tontería", que es, por cierto,
como calificó Daniel Cohn-Bendit los comentarios de Chevènement. En todo caso,
ofrecería una solución plausible al dilema que plantea la ampliación con grados
diversos de integración en un proceso abierto en el tiempo hacia la
convergencia. Y para nada entorpece, como proyecto a medio plazo, los trabajos
previos a la Conferencia Intergubernamental.
Que algunos tachen de visionario a Joschka Fischer no debiera
molestarle mucho, porque visionarios eran también quienes comenzaron el
proyecto europeo, y lo hicieron con algo tan práctico como la Unión del Carbón
y del Acero. El ministro francés de Exteriores, Hubert Védrine, ha aplaudido
las reflexiones, porque eso son, de momento, de su homólogo alemán. Y la cumbre
franco-alemana de Rambouillet del pasado viernes, en vísperas ya de que Francia
asuma la presidencia de la UE, parece demostrar que Berlín y París están
recuperando su sintonía, perdida durante el primer año de Gobierno de Gerhard
Schröder. El eje franco-alemán ha pasado momentos difíciles, en gran parte
porque los Gobiernos en París, y sobre todo en Berlín, los estaban pasando.
Pero las cosas han cambiado muy considerablemente en los
últimos meses. Schröder, su Gobierno y su partido han salido de su largo bache
inicial y gozan hoy de muy buena salud. El humor social está cambiando en
Alemania. La economía mejora con evidencia. Y las elecciones en
Renania-Westfalia, con el espectacular éxito de los liberales del FDP, le abren
a Schröder una alternativa de coalición frente a la existente con Los Verdes.
Disminuye así considerablemente la dependencia del Gobierno, incluido Fischer,
de las excentricidades asamblearias de la base eco-pacifista. Pero también ha
desactivado en gran parte los temores a que la CDU se beneficiara políticamente
de un discurso conservador o incluso antieuropeísta.
Esta reactivación del eje París-Berlín no gusta, por
supuesto, a todo el mundo. Su discurso molestará indudablemente a muchos. No
sólo a Chevènement. También por eso debe alegrar a los más dinámicos en Europa,
luego también a España.
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